miércoles, 19 de febrero de 2014

La mirada del gato

Estaba paseando por el centro de Ciudadella cuando me llamó la atención la mirada de un gato. Me miraba fijamente. Instintivamente le llamé, pero ni caso. Volví a intentarlo elevando el tono de mi voz, pero el minino seguía pasando de todo. Como soy muy terco y me tomo las cosas de un modo muy personal, me puse en cuclillas y le tiré un par de patatas fritas. Nada. Entonces entré en la tienda de comestibles de la esquina, compré una sobrasada, unos gramos de jamón serrano, hice una bola y se la arrojé con todas mis fuerzas; también deposité en el suelo un tazón rebosante de leche de primerísima calidad. Ni se imnutó. Ya me había quitado la chaqueta y desanudado la corbata, ya no me importaban las miradas socarronas de la gente que pasaba por mi lado, cuando me percaté de que el gato no era real, sino que estaba pintado en la pared. Entonces me metí disimuladamente las manos en los bolsillos, miré a un lado y otro, y silbando me marché de allí.




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