miércoles, 10 de junio de 2015

B.G.

Dos personas caminaban una al encuentro de la otra por una playa desierta. Momentos antes de cruzarse, dudaron si mirarse y saludarse brevemente. Ella decidió mirar hacia otro lado y pasar de largo.

-Disculpa, ¿eres B.G.?- le preguntó el hombre.

Ella frunció el ceño y negó con la cabeza.

-Perdona, me habré confundido.

-No pasa nada, estas cosas ocurren.

-La verdad es que no sé quién puede ser B.G. o lo que puede significar. No sé por qué, al pasar por tu lado se me ocurrió decirte esto- confesó el hombre esbozando una sonrisita.

Ella sonrió temerosa y buscó con la mirada un lugar hacia el que echarse a correr en caso de urgencia. Igual estaba delante de un lunático.

-Lo lógico es que sean las iniciales de una persona- siguió cavilando él.

-Sí, pero también pueden ser muchas cosas más: la matrícula de un coche, una marca de ginebra, de un ordenador… o nada- agregó ella.

-Tienes razón. No había reparado en ello. Pero nada no, tiene que significar algo.

La situación dio pie a que comenzaran a hablar sobre las confusiones, el azar, los fenómenos sobrenaturales, sobre cuántos alfabetos debe haber en el mundo, idiomas, viajes, la situación crítica del planeta Tierra…

-Por cierto, ¿eres de aquí?

-Sí, de toda la vida.

Quizá se habían visto de reojo en alguna ocasión, pero sólo se habían encontrado en esta playa desierta.

Después de una larga conversación, se despidieron. Ella le dio dos besos. Él le tocó levemente el codo. Cada uno siguió su camino; la mujer en dirección este, el hombre dejando sus huellas hacia el oeste.

El viento empezó a gemir, el cielo se encapotó, las olas del mar empezaron a crecer. Cerca de donde se habían encontrado, todavía podían leerse las letras dibujadas en la arena: B.G.