Dos personas caminaban una al encuentro
de la otra por una playa desierta. Momentos antes de cruzarse, dudaron si
mirarse y saludarse brevemente. Ella decidió mirar hacia otro lado y pasar de
largo.
-Disculpa, ¿eres B.G.?- le preguntó el
hombre.
Ella frunció el ceño y negó con la
cabeza.
-Perdona, me habré confundido.
-No pasa nada, estas cosas ocurren.
-La verdad es que no sé quién puede ser
B.G. o lo que puede significar. No sé por qué, al pasar por tu lado se me
ocurrió decirte esto- confesó el hombre esbozando una sonrisita.
Ella sonrió temerosa y buscó con la
mirada un lugar hacia el que echarse a correr en caso de urgencia. Igual estaba
delante de un lunático.
-Lo lógico es que sean las iniciales de
una persona- siguió cavilando él.
-Sí, pero también pueden ser muchas
cosas más: la matrícula de un coche, una marca de ginebra, de un ordenador… o
nada- agregó ella.
-Tienes razón. No había reparado en
ello. Pero nada no, tiene que significar algo.
La situación dio pie a que comenzaran a
hablar sobre las confusiones, el azar, los fenómenos sobrenaturales, sobre
cuántos alfabetos debe haber en el mundo, idiomas, viajes, la situación crítica
del planeta Tierra…
-Por cierto, ¿eres de aquí?
-Sí, de toda la vida.
Quizá se habían visto de reojo en alguna
ocasión, pero sólo se habían encontrado en esta playa desierta.
Después de una larga conversación, se
despidieron. Ella le dio dos besos. Él le tocó levemente el codo. Cada uno
siguió su camino; la mujer en dirección este, el hombre dejando sus huellas
hacia el oeste.
El viento empezó a
gemir, el cielo se encapotó, las olas del mar empezaron a crecer. Cerca de
donde se habían encontrado, todavía podían leerse las letras dibujadas en la
arena: B.G.